doctora Aspasia







doctora Aspasia

La protagonista del espectáculo al que asistí la pasada noche se llama Aspasia, igual que la sabia griega, la maestra del gran Sócrates. Aspasia está desde un principio completamente sola en el escenario, actuando bajo un horizonte negro negrísimo y sufriendo un sinfín de desatinos, pero involucrando siempre al público en su manera de hacer. Apelando a la sabiduría popular, conjugando la resignación y la liberación para construir sobre la marcha una respuesta.

Mientras aguardamos la llegada de sus sobrinas, la vemos esperar y desesperar, transmitiendo una actitud poco confortable. Ese síntoma nos hace comprender que, frente a lo convencional del evento, Aspasia no va a permitirnos la opción del abandono. Antes que rendirse nos conducirá al borde del escándalo más íntimo: el territorio de lo innombrable.

Una vez allí se nos congelará la risa. ¿Cuándo? Es impredecible, depende de las inhibiciones de cada persona, pero desde entonces algo en nuestro cerebro nos irá dictando una conducta. Sobre lo que está bien, o lo que es conveniente y lo que no. ¿Por qué?

Porque NO SOMOS NÁ es un inédito ejercicio de diálogo, una deconstrucción, un zurcido o un peloteo entre nuestros valores morales más arraigados. Aspasia juega con todos ellos para ir creando ante nuestros ojos un esperpento, una astracanada en progresión, sabiamente urdida, que nos arrastrará hacia cotas críticas que yo creía imposibles. Alcanzará su máximo brillo poniendo en solfa la tradicional estima y sobrevaloración de lo masculino. Y lo hará con grandes dosis de un humor negro radicalmente feminista.

Nos veremos sintiendo y recordando vivencias que pasaron inadvertidas. O que habíamos borrado de nuestra memoria para simplificarnos la existencia. Llegaremos a medir la magnitud de nuestro silencio y descubriremos entonces… ¡cuántas frases no hemos dicho en la vida! ¿Y cuántas se pueden escuchar, reconocer o aceptar en un espacio público? ¿Cuántas se pueden decir mientras sientes a tu lado la presencia de los otros, de los que asisten también a esta cruda ceremonia?

Al encenderse de nuevo las luces de la sala, una vez terminado el espectáculo, sucede que nos vemos las caras. Y aquí es preciso distinguir. Nombrarlos a ellos y a ellas, por si acaso las cosas no fueran iguales entre las mujeres y los hombres… ¿Era todo un espejo deformante, una quimera? ¿Acaso hemos participado sin saberlo en un aquelarre? No parece un cuento ni una fábula, tampoco estrictamente es un drama, aunque también. Y sin embargo pocas obras han conseguido escandalizarme tanto.

Los sueños de Aspasia, recordando a toda una pléyade de científicas -nuestras antecesoras- olvidadas por la historia de la ciencia, a mí profesionalmente hablando me afectó de lleno. Pero la ironía es de tan fino calibre, y tan vasta y grosera es la mofa de lo sagrado, como la familia y la muerte que, cuando racionalmente no queda más remedio que aceptar lo que vemos, resulta que ya es demasiado tarde. Aspasia nos atrapa en la emoción de tal manera que conmueve vérselas ahí delante con algunos de los efectos más perniciosos de esa figura tan poco tratada en clave de humor como es la de «El Hermano».

doctora Aspasia Invisibilizado por las figuras del marido o del padre, y siempre en contradicción con las querencias al hermano propio, «El Hermano» que aquí se retrata es el hombre parásito o egoísta… Y al verlo de frente ya no podemos esconder la cabeza, seguir ignorando que también yo fui esa hermana, esa mujer, esa compañera de trabajo o esa hija ninguneadas. Y lo que es más interesante aún, salgo del teatro completamente intrigada por saber cómo lo habrá visto el otro y la otra que hemos compartido en la sala semejante ceremonia.

Interrogo durante días y, sobrecogida por sus efectos, también en la propia relación con mis hermanos del trabajo, de la ciudad o la casa, concluyo que la obra me ha seducido. El texto es bellísimo, más rico de lo que soy capaz de asimilar. Su ritmo está muy medido. Las transiciones de escena son sorprendentes, precisas, ingeniosas. Sin duda he sido engullida y necesito volver, leer el guión, analizar cada imagen, cada situación y su desarrollo, destripar el discurso, verlo otra vez.

NO SOMOS NÁ está tejida de frases hechas y estereotipos populares. Recrea verdades profundas, lugares comunes, también tópicos, clichés y aforismos con los que la gente se ha expresado durante siglos, y de todos los escenarios donde se reproducen, el más recurrente es el familiar.

No podemos escapar a la mirada jocosa pero crítica que exhibe esta obra de teatro. Es demoledora en cuanto a las relaciones familiares, tan tiernas a veces y tan duras cuando se muestran desposeídas de compasión o empatía. La obra, al fin y al cabo, es un relato sobre la genética de la perversión moral, sobre la conducta amoral y la violencia de género… Si no fuera porque la palabra ‘patriarcado’ además de abstracta resulta arisca y a nadie le gusta, diría que Helena Castillo con su singular interpretación ha encontrado y removido la piedra angular del sistema patriarcal: su gen doméstico.

Cuando un espectáculo es capaz de cambiar nuestra mirada del mundo nos encontramos con el Arte. Un Arte atrevido, que coloca en un mismo plano lo personal y lo político, desdibujando las fronteras entre lo privado y lo público. Esta tragicomedia, resuelta en soliloquio a la muerte de un ser querido, se mueve entre la tradición erudita y la popular, los estereotipos masculinos y los femeninos, la tradición laica y la religiosa… Lo mismo utiliza entonaciones universales o neutras que señaladamente baturras. Sobre las tablas tenemos a una gran actriz cómica. Improvisa y dialoga con el público como se haría en tiempos de la comedia del arte. Hace suyo el texto con facilidad asombrosa. Su registro abarca desde los estereotipos y sentencias populares hasta las expresiones y problemas conceptuales que maneja la gente más erudita y científica. Ya sea con mofa o sin ella nos regala una formidable comedia. Educativa. De las que te dejan pensando y discutiendo con el vecino, con la vecina… Oye, ¿y cómo te las ingeniaste tú para…?


Consuelo Miqueo

Doctora en Medicina y Cirugía por la Universidad de Zaragoza (1986),
es Profesora Titular de Historia de la Ciencia desde 1989.
Cofundadora del Seminario Interdisciplinar de Estudios de la Mujer(SIEM),
lideró el grupo de investigación de género y ciencia Genciana.
Con proyectos subvencionados por la Universidad de Zaragoza,
Ministerio de Ciencia y Tecnología de España y los fondos europeos FEDER.
En la actualidad trabaja en un proyecto
sobre la planificación familiar y vida sexual durante el franquismo.




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